El Decadentismo.-
nnPodríamos definir decadentismo como una explosión imaginativa en un mundo dominado por la literalidad. La rebeldía contra la ética y la estética imperantes, por un lado, y la exploración sistemática de la angustia de vivir encuadrada en la búsqueda de nuevas formas. También el decadentismo es un movimiento cultural, literario y artístico surgido a finales del siglo XIX, el cual se distingue, por embellecer lo perverso, lo absurdo y lo grotesco. Se extendió por Europa e influyó en algunos autores latinoamericanos.
El término “decadencia” se entiende como el fin de un ciclo y no en sentido de obscenidad. En Francia se remota el inicia de este movimiento en la pintura, cuando el excéntrico Josephin Peladan quien fundó el Salón de los Rosacruces, bajo la premisa de que el hombre necesitaba misterios, mas no realidades, y que por tanto el arte debía volverse místico y espiritual.
Peladan permitió libertad formal a los artistas, quienes participaron en los seis salones, pues podían pintar con el estilo de su elección. Por ello el decadentismo no se debe entender como una estética, sino como un discurso. Existe una distinción entre decadencia social y decadentismo como concepto literario, sin embargo, esto no borra o disminuye los lazos entre esas esferas. Porque es innegable que muchas de las características atribuidas a las obras llamadas decadentes, se originan precisamente en ese sentimiento de declinación. Por ejemplo, el pesimismo y la melancolía que las permea, el prurito de representar lugares lejanos embellecidos y seres poco usuales, como manera desafiar el disgusto que produce el entorno, la preferencia por lo artificial sobre lo natural, el gusto por lo moribundo; crepúsculo, otoño, enfermedad, entre sus rasgos más notorios. El decadentismo provee una imagen de una mujer decadente, es vista como perversa, transgresora. También la imagen que todos los decadentistas utilizaron, de una u otra manera, fue la de la mujer, como culpable de todos los pecados y, por tanto, del fin del mundo. Pintaban con frecuencia su preocupación por las consecuencias que tendrá la distracción de la moralidad femenina: fractura de los valores familiares y pérdida del orden de la humanidad en general.
El decadentismo entonces, revela un gusto por una civilización desaparecida o a punto de desaparecer; se trata de una atracción macabra por los signos fatales de la muerte. Los personajes de sus obras ven al infinito con desesperanza, como si hubieran aceptado que ya no hay futuro y no existe nada más que lograr. Se siente en ellos una sensación de cansancio, el final decadente de un tiempo venido a menos. La fría paleta de color hace sentir la nostalgia por ese pasado lejano, volátil e intangible, que ya no volverá.
Sin embargo, para comprender la génesis de este movimiento, más bien una estética difusa que impregnó la atmósfera del llamado fin de siglo que implicaba no sólo una pulsión artística, sino también una forma de vida. Deberíamos retrotraernos a la convulsa Francia de finales del siglo XIX, decepcionada y perdida tras la derrota en la batalla de Sedán y la caída de Napoleón III. Este sentimiento de frustración social cristalizó en un movimiento literario que rompió con la tradición del naturalismo para continuar la senda abierta por Baudelaire, primer impulsor de las ideas fundacionales modernas. Los decadentistas poseen ciertas características que lo distingue, tales como: la construcción de una constelación de redes metafóricas que se expande concéntricamente desde París a todos los países que caen en su órbita cultural, la continuación de las búsquedas formales de sus maestros, llevándolas a la exasperación, al exceso, por lo que clausuran las posibilidades abiertas por el romanticismo, a la vez que abren el camino a los movimientos de vanguardia.
Podríamos decir que los decadentistas reaccionan contra el positivismo, el realismo y el naturalismo. Los grandes maestros del decadentismo, reconocidos tanto por los integrantes del movimiento como por la crítica, fueron: Poe, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine entre otros. Los decadentistas practican la discontinuidad, la fragmentación, la acumulación, la reflexividad del texto. Ellos apuntan a un sentido que está siempre más allá, en otra parte, recreándose en la polisemia y en las ambigüedades personales y textuales, provocando siempre la imaginación del lector. Cario Annoni señala que, en el decadentismo se consuma la liquidación de las formas en el arte: se pasa de la poética de la forma a la poética del signo, la música llega a la atonalidad y la pintura inicia el camino de la abstracción.
Se ha dicho que el decadentismo es el simbolismo europeo por que al igual que el modernismo en los países hispánicos, fueron una especie de renacimiento del espiritualismo, una revalorización de lo que puede percibirse más allá de los sentidos, un misticismo profano, una preferencia por lo excepcional, lo arquetípico, lo exótico, lo misterioso; una búsqueda de analogías y correspondencias que explicaran el sentido oculto del universo. En otras palabras fue una evocación, por la palabra y el ritmo de matices y sutilezas.
Un rechazo, por lo tanto, del realismo, del racionalismo, del positivismo y de la fealdad burguesa e industrial. Dentro de esta revolución de la sensibilidad y el gusto que significaron los movimientos citados, el decadentismo es asimilado a la temática más morbosa, más truculenta: las perversidades sexuales, el sacrilegio, la mezcla de erotismo y religión, el satanismo, lo macabro, el deleite en la enfermedad y la agonía, la admiración por la barbarie, los seres marginales y fuera de la ley; el desprecio, en fin, de la moral burguesa.
El decadentismo fue también un modo de vida: el siglo XIX, fue uno que vió tantas transformaciones sociales al consolidarse la revolución liberal, asistió al nacimiento de la vida bohemia. Conspiradores, artistas, jóvenes que abandonaban sus hogares por una vida sin sujeciones burguesas integraban el grupo, que se nutría con otros marginados. Sus integrantes estuvieron en la miseria, más a fin de siglo, la bohemia había consolidado sus estereotipos: genialidad, hambre, rebeldía.
El decadentismo embiste contra lo moral y las costumbres burguesas, pretende la evasión de la cotidianidad de la realidad, exalta principalmente al heroísmo individual, explorando las regiones más extremas de la sensibilidad y del inconsciente. De por sí este movimiento responde a una manera de sentir finisecular, cuando la mente y conocimiento del alma había agotado todas sus posibilidades de comprender su existencia y sus extrañas desviaciones.
En el campo artístico y literario, ser decadente implicaría estar formado a posiciones reaccionarias, elitistas, artepuristas, superrefenidas, aristocrazinantes y demás de objetivos de esta clase. Ahora, en el plano moral la palabra del movimiento "Decadentismo" ya de por si se puede dar entender que tiene algo que ver con: decadencia, en vista de que va unida casi siempre a una forma de vida sensual, hedonista ,de excesos de diversidad en cualquier aspecto: así sea en el vestir, en el consumo de licor o drogas e incluso una falta de fe religiosa y un constante sentir de pesadumbre universal y mundista.
Paul Verlaine fue la figura prototípica de la bohemia parisiense durante los diez últimos años de su vida, convirtiéndose en una figura legendaria del barrio latino por su atuendo, los escándalos de su vida, su magisterio sobre los jóvenes escritores, sus excesos, sus hospitales. En la última década del siglo fue imitado, admirado, protegido por los decadentistas.
Charle Baulaire fue uno de los grandes poetas del simbolismo o poetas malditos, un autor de más de una docena de libros, poemarios. De alguna manera representa una revolución poética que instaura la poesía decadentista. La vida de Baudelaire es breve por los años vividos. Su libro “Las flores del mal” es el único poemario que publica en vida. En 1857 en el momento en que Francia está viviendo desde hacía cinco años el segundo imperio existía una censura muy fuerte de carácter moral sobre la literatura. Las flores del Mal corrió la misma suerte que “Madame Bobary” De Flaubert. Existían poemas condenados y separados del libro censurado. Las flores de mal, posiblemente respecto de otras obras como otros textos de Rambou, son de esos textos que quiebran la historia de la lectura. En el siglo XIX el romanticismo era lo que prevalecía y era una poesía sentimentaloide, Baudelarie viene con una voz nueva. Plantea un problema elegimos el mal. El París que ve Baudelarie es el medieval el que está por desaparecer y que al perder esta condición pierde la condición de árdea y se inicia el principio del anonimato. El espectáculo y la rimbombancia, el ciudadano anónimo, viendo ese espectáculo de elegancia en que se desarrolla la ciudad de París. Baudelaire opta por ciertos factores oscuros transgresores. No porque se considerasen diabólicos sino porque la sociedad de la época burguesa considera bien, no es evidentemente el bien como tal. Sino más bien, la construcción ideológica que se impone con una serie de ceremonias que escapan a las profundidades del bien.
Baudelaire bautiza su poemario como “Las flores del mal” porque es en sí, como una crítica a las fábricas que están humeando contaminando la ciudad destruyendo el ambiente, generando una destrucción del hombre con la naturaleza, hay una explotación del hombre por el hombre. Fue uno de los poetas malditos que se paraban en la verdad para darle en la cara con la transgresión en su contra. Ellos intentan escandalizar a los burgueses, hipócritas, pero esto fue porque el segundo escándalo es aún mayor, es decir, que ellos, los poetas quieren que le devuelvan la palabra, le devuelvan la sociedad al como ellos; los poetas y artistas querían que fuera.
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